lunes, 27 de agosto de 2012

Mujer de FE

Cuando mi padre enfermó, me sorprendía que me dijeran que era una mujer de fe, de mucha fe, por la aceptación de todo lo que me estaba pasando en ese momento.
Mujer de fe. Hace siete meses mi padre nos dejó físicamente y hoy decidí realmente reflexionar sobre esas dos palabritas.
Mujer de fe. Si me lo hubieran dicho hace unos años, respondería que no soy mocha, ni cucaracha de sacristía... o alguna lindura similar; porque para mi una mujer de fe en mi primera juventud se representaba con la típica viejita que no salía del templo y se la pasaba rezando el rosario una y otra vez, incluso en misa, eso sí, se quedaba dormida en la homilía y en las lecturas, pero aún cabeceando, seguía pasando las cuentas del rosario.
O aquella mujer que se la vivía tomando clases de todo en la parroquia: biblia, oración, liturgia, catecismo, historia de la salvación, etc, etc. En pocas palabras para mi una mujer de Fe era aquella que creía que con ir al templo 6 horas al día o más ya tenía ganado el cielo y todos los problemas se el resolvía por el simple hecho de pasar cuentas o de gastar esos libritos de oraciones.
Cuando me caso y me embarazo, mujer de fe para mi era simplemente hacer lo que humanamente me tocaba para que mis hijos se lograran. Ni más, ni menos, pedía a Dios, a la Virgen y listo. Y lo mismo para la vida diaria. Pedir y hacer, sin más complicación.
Hoy en día para mi esas dos palabras tienen un significado mucho más profundo y mucho más complejo. No pretendo ser ni teóloga, ni doctrinaria. No pretendo dar un sermón ni cambiar a nadie. Simplemente quiero dar mi punto de vista y mi explicación de que es para mi ser una Mujer de fe.
Primero, claro está es la fe de mi religión, que a estas alturas de mi vida se supone que conozco, acepto y practico por decisión personal y no sólo familiar o social. Estoy convencida de mi fe, no solo CREO en Dios, porque hasta el Diablo cree en El, y los que se pasan la vida tratando de comprobar que no existe, creen el El; si no creyeran, no se tomarían el tiempo y la molestia de comprobar que es un producto de la imaginación colectiva. Pero el caso no es creer en Dios, sino CREERLE. Es estar convencido de que soy imagen de El en lo humano y en lo divino, y de que mi paso por el mundo es simplemente una deliciosa experiencia terrenal.
Segundo, mi fe en mi como ser humano, como mujer, como madre, como hija, como hermana, como amiga, como cada pequeña parte de mi que soy. Esa fe en uno que es lo último que aprendemos y que buscamos. Esa fe en mis virtudes y en mi capacidad de desarrollarlas y de disfrutarlas, esa fe en mis defectos y en mi voluntad por aceptarlos, enmendarlos, vencerlos. Esa fe en mi, que nace desde dentro y no del comentario, de la aceptación del otro.
Esa fe en mi persona que deposito cada mañana en mi alma y en mi cuerpo y que no necesita de la validación de nadie para asegurar que soy valiosa, que soy genial, que soy capaz, que tengo valor... que vivo por mi!!!
Y es en esta fe en la que se centra todo lo demás. Si no creo en mis capacidades, en mi poder, en mis fortalezas, en mis capacidades, no saldré de mi caparazón, no haré nada, estaré dependiendo de la opinión y aprobación del otro para darme a mi ese valor que debe nacer de mi.
Es en esa fe en la que termino dándome cuenta de que aunque el cuerpo sea débil, mi certeza interior de que puedo afrontar y superar pruebas fuertes, y de que mi vida, mis acciones, mis etapas, mis caídas, mis derrotas, mis triunfos, son lo que me levanta y me mantiene en el camino.
Es tener una combinación, creer en Dios, o ene esa fuerza superior que está por encima de todo lo humano y darme cuenta de que también está en mi y de que tengo la habilidad y la obligación de reforzarla, de conservarla, de valorarla, de hacerla cada día mía y hacerla vida para entonces darme cuenta de que también debo de tener fe en mi.
Mujer de Fe. Esa pequeña frase me ha dado para mi muchas cosas, muchos significados, pero sobre todo, mucho sentido a muchas acciones, pensamientos, reflexiones y aprendizajes en mi vida. Porque simplemente creo en Dios y en mi. Y sé que así de sencillo puedo afrontar la vida y los obstáculos; puedo tomar decisiones y acciones con la serenidad de mente que se requiere; porque puedo reír, llorar, amar, caerme, levantarme, seguir, cambiar de dirección, con la tranquilidad  de que hago lo correcto; porque puedo ser yo misma, conservar mi identidad, mis locuras, mi música interior con la certeza de que es así como debo vivir mi vida; porque puedo vivir, opinar, decidir, sentir, conocer, aprender, compartir, disfrutar con la fortaleza de que soy dueña de mi y de mi conciencia y por tanto cada paso y cada día es para mi un regalo y una prueba; un don y un compromiso; alegría y aprendizaje; fuerza y sensibilidad; entrega y donación; vida y esperanza; porque sé que soy lo que debo, lo que quiero y puedo ser.