sábado, 2 de agosto de 2014

Cierre de ciclo...

Nací dentro de una familia como la mayoría... crecí con mis padres y hermanos... como se espera que todo mundo lo haga. Sin embargo, inicié una separación de ellos en la secundaria; y al mismo tiempo una separación del mundo en el que vivía. Me alejé de mis compañeras de la secundaria y en el coro no hice lazos profundos con mis compañeros.
Sentía que si en casa no encontraba tranquilidad y seguridad no lo haría en ningún otro lado. Así que me la llevé sin tener esa cercanía con las personas.
De pronto me encontré rodeada de personas un tanto desconocidas para mi. Una madre y hermanos a los que no entendia, con quienes no tenía nada en común excepto el apellido y el techo. Compañeros con los cuales me costaba entablar una relación más cercana... y me sentí de golpe muy sola.
Mi padre mitigaba un poco la soledad en los fines de semana que estaba en casa y las semanas que no viajaba. Me le pegaba para ver el beis o el box, incluso cuando iba a entrenar a la liga de beis en el campo cercano a casa. Lo único que le pedía era que me sonriera y de vez en cuando se me acercara a darme una caricia en la mejilla.
Las charlas con él me daban ánimo de que las cosas no estaban tan mal. Pasábamos ratos buenos en familia... cuando él estaba. Cuando salía fuera, volvíamos a ser como extraños... competidores... rivales. Demostrando a mamá que era mejor que mi hermana y hermano en calificaciones, en conducta, en orden, en obediencia. Ser descalificada por no ordenar mi cuarto o por querer salir un viernes por la noche, o por mi ilógica decisión de pasarme casi toda la semana metida en el Templo haciendo Dios sabe que cosas con Dios sabe qué clase de personas....
Y me encerré en mi misma y mis frustraciones, dudas, preguntas, miedos, dudas propias de una adolescente. No negaré que en esa época tuve amigas que de alguna manera me hicieron sentir no tan bicho raro. aunque yo me seguía sintiendo una completa inadaptada.
Mis hermanos no colaboraron mucho para mejorar la situación, sería la diferencia de edades, de  gustos, de ideas. Sería que ellos eran osados y más libres o así los veía yo. envidiaba los amigos de mi hermana y sus múltiples salidas con sus amigos de la prepa. O la vida social de mi hermano y sus llegadas tarde a casa con la alegría de haber pasado un  buen día en compañía de su banda de cuates.
Y simplemente acepté mi realidad. No era ni sería como mis hermanos: perfectos a los ojos de mi madre. Un comparativo diario de mi manera de vestir, hablar, actuar, pensar e incluso sentir. No era como ellos y mi madre lamentaba el hecho de que no hiciera algo por parecerme un poco a sus hijos mayores.
Me derroté en una edad que eso es fácil. En la prepa, encontré un grupo de amigos que me hicieron ver demasiadas cosas en mi que ni en sueños pensé que tenía. La tenacidad de algunos de ellos por sacarme de esa concha creada por mi propia inseguridad me hizo saber que tenía sueños y alas para lograrlos.
Y los padres de ellos que me veían en casa como hija. Y me hacían sentir querida, valorada. Honestamente no quería regresar a casa. A qué? Para qué? Mi padre no estaba y no quería los mismos sermones, las mismas pretensiones. No quería ser obligada a ser comparsa de las malas decisiones de mis hermanos; no quería que me dijeran que era mi deber ayudarles a como diera lugar... aún a sabiendas que era un error y que cada día era peor que el anterior. Y no quería que de nueva cuenta me recordaran que no era ni la sombra de ellos gracias a todos mis defectos e imperfecciones.
De repente me hicieron sentir que la infelicidad de mi familia era parte mi responsabilidad. Que mi egoísmo y necedad llevaron a ese extremo a todos. Que la vida me pagaría con creces mi falta de hermandad y solidaridad. Querían que arruinara mi vida ayudando a quien había decidido arruinar la suya sin importar a quién se llevara por delante: padre, madre, hermanos, hijos... solo por su afán de no admitir que estaba en un error.
Y tomé la determinación de no ser parte de esa farsa. No eramos la familia perfecta. De hecho distábamos mucho de serlo. Podíamos estar sentados a la mesa y estar así por horas sin dirigirnos la palabra; sin preguntar siquiera como había sido nuestro día; sin pedirnos tan solo la sal o las tortillas. Nos convertimos en extraños. Extraños que unía mi padre cuando estaba en casa. Mi padre sacaba conversación... poco a poco dejó de hacerlo, pues era pretexto para recriminarnos, para enojarnos, para darnos cuenta de que teníamos demasiadas heridas que en vez de sanarlas, hacíamos lo posible por agrandarlas más.
Mi padre fue mi cordura, mi roca, mi tregua con la vida. Me dió razón, fortaleza, visión. Me obligó a no ceder en mi dignidad, en mis sueños, creencias, en mi  misma. Me dio armas para luchar mi día a día, en casa y cuando me casé.
Me mostró el camino de ser feliz, me enseñó a no odiar, a ayudar, a creer, a buscar una luz aún cuando me sintiera del todo perdida...
No eramos perfectos, pero supe que yo podía buscar la perfección y la felicidad. Mi familia estaba rota desde hacía años. Nadie ha querido aceptarlo. Nadie ha querido repararlo. Y si lo mencionas espera una cascada de gritos, reclamos, llantos, negaciones... Y al final de nuevo me dirán: es tu culpa; dejaste que arruinara su vida, no le hiciste la ida fácil, no quisiste solucionar sus problemas, no quisiste ser responsable de tu propia sangre, de tu familia....
Tienen razón: no quise hacerle la vida fácil a nadie, mi vida no fue fácil y nadie me la facilitó. Lucho cada día por mi marido y mis hijos. Por los amigos que tengo, por lo que la vida me trajo de regreso y no veía en la adolescencia por mi ceguera familiar. Tienen razón: no quise solucionar sus problemas porque puede hacerlo por mano propia, es mucho más grande que yo y tiene las condiciones para hacerlo. Tienen razón: no quise hacerme responsable de las tarugadas ajenas... ni pienso hacerlo; suficiente tengo con las mías como para andar echándome las de otros. Y haciendo eso, no ayudo a nadie a ser responsable de su actos.
Me deslindé de alguna manera de ellos, es cierto. Me deslindé de su caos, de su falta de unidad, de responsabilidad, de sentido y de razón. Me deslindé de tener que resolver la la vida a quien solo quiere crear problemas; me deslindé de sentirme obligada a ser cajero automático, proveedor, agencia de empleo, acomodador de escuelas, regalador de compus, autos, ropa, dinero. Me deslindé de ver como arruinaban su vida, la de sus padres e hijos, solo para no arruinar la de mis hijos, marido y la mía propia.
Cuando mi padre enfermó, me pidió varias cosas en su lecho de muerte: me pidió que no dejara mi vida y lo que he construido estos 20 años con Migue, Ni por mi madre y menos por los demás: "Nadie de la familia te ayudará a recobrarlo o reconstruirlo si lo pierdes".
Duele darte cuenta que al paso del tiempo, busqué de alguna manera tener esa familia que supliera la mía por algo se rompió... y mis intentos fueron tremendos fracasos. Dolorosos, pero educativos. Mi familia no es la de Migue, ni la de Mony, ni la de Monse, ni la de Marce... ni la del perro ni la del gato... mi familia es Migue y mis hijos, nada más. Ellos me dan sin pedir, me quieren sin condiciones, aprecian mis virtudes y entienden y me dan fortaleza en mis errores. Son mi fuerza, sostén y orgullo.
Dios me puso en mi camino a Migue, quien me ha ayudado, sostenido, apoyado, alentado... regañado, enseñado. Un hombre de un valor incalculable. Que me conoció hecha pedazos y me ayudó a reconstruirme, a conocerme, respetarme, valorarme, quererme. Dios me dio a este hombre para que formara mi propia familia, que hemos llevado con aciertos y errores, con alegrías y sinsabores. Me entregó tres hijos maravillosos, a los que he visto crecer en la nobleza, el amor, la unión, la sencillez y calidez. Tres hijos que son mi tesoro y mi orgullo, cada uno en su esencia, y su valor. No puedo y no quiero compararlos, porque son únicos y a la vez complemento. Para mi, mis cuatro tesoros son perfectos.
Y qué decir de los amigos de la infancia y adolescencia que siempre han estado conmigo, cada uno me enseñó cosas valiosas, sus padres, herman@, espos@, me dieron la mano cuando más lo necesite y me abrieron su casa y su corazón. A los que siguen en mi camino gracias por no soltarme; a los que de nuevo nos cruzamos bendito Dios por hacerlo y recordarme lo grandiosos que son. A los que entendieron mi "destierro" voluntario de años, gracias por recibirme con los brazos abiertos. Y los amigos que a lo largo de la vida han coincidido conmigo y aquí están a pesar de la distancia, el tiempo, las prisas... gracias.
Y hoy tengo el valor de escribir esto como cierre de un ciclo. Es el punto final de una relación tormentosa de años. De esas codependientes que a nadie ayudan y a todos hunde. Mis oraciones y cariño ahi están para todos. No deseo el mal a nadie, al contrario, espero y pido que maduren, que crezcan, que arreglen sus problemas y solventen sus errores. Que vivan su vida y sean felices. Sigo siendo su sangre y ellos la mía. Tristemente no podemos seguir el camino juntos. La vida dirá si más adelante nos encontraremos y en qué circunstancias y lo que de ello siga. Por lo pronto, hoy digo hasta luego y que Dios me los bendiga.